De incoherencias y otros pecados banales.

incoherencia

Las controversias originadas en el seno de la Iglesia Católica, arrastradas desde el periodo de la santa inquisición (que de santa no tiene nada), se convierten en la simbiosis de  una institución de alfombras abultadas y una sociedad que las pisa descalza, pero vestida de moralidad.

Durante la fiesta mariana de Caacupé, no se hizo esperar el dedo acusador de una autoridad del ente, quien durante su homilía disparó de forma penosa y a mansalva contra los jóvenes tatuados a los que calificó de “almas vacías”.

No quiero tomarme el tiempo de transcribir pasajes de la Santa Biblia que refieran a la salvación de las almas, el perdón y demás puntos (que si a estos doctos de la Teología no sirvieron en absoluto, a este artículo, menos), pero quisiera evidenciar la bochornosa y hasta burlesca justificación de un comentario que promueve la discriminación,  más aún luego de la lavada de cara que dieron a la Iglesia desde la asunción del papa Francisco, que trajo consigo la epifanía de un nuevo estilo de evangelización.

No obstante,  a contraluz, se pueden ver los juegos de ping pong con pelotas de brasas que se juegan entre las manos de quienes están en los peldaños más altos, muy cerca de la cúpula, y se eximen de la responsabilidad de usar los ojos y abrir la boca cuando deben hacerlo. Porque tras los telones que cubren abusos, acosos, arbitrariedades, es menester del representante máximo garantizar la dignidad del lobo antes que rescatar a la oveja malherida, para luego tragarse a sorbos la vergüenza con hielo.  Pero cuidado,  no hay que pecar de prejuiciosos y tatuados, o caeremos al vacío.

Cuesta creer cuán poderosos son los tentáculos de la solemnidad que sostiene con aires de grandeza una superestructura destartalada  por vejámenes y silencios sacrílegos, entre otras averías que pasan desapercibidas ante los ojos de una madre Celestina que hace alarde de su decencia.

La fe se volvió un estandarte cosido en la frente de la Iglesia, a falta del respaldo de sus propios actos que, en contrapartida, solo causan indignación y menosprecio. Pero en “algo” hay que creer.

Eddy Raquel Ortiz Chaparro.

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